Dulce castigo el sabor a vida
que nos hace volar sin altos ruegos,
más sin pecados en nuestros oídos
nos ahogamos entre la lujuria de nuestra condena.
No sabemos lo que sienten las mariposas
si es miedo o bravura
al iniciar su peculiar revoloteo,
no como se siente ese pez
que por primera vez da ritmo a sus aletas
para impulsarse por su medio.
Pero claro que si acertamos a adivinar
que quien los empuja es la vida
mediante una libertad entre cadenas
que la sostenemos con orgullo
pues es lo único que nos queda.
Libertad para llevar una existencia
en este mundo de requiebros y torturas
pero también de alegrías y esperanzas,
y si estas penden de un hilo
por qué no reforzarlo para que no se rompan y caigan.
Libertad para poder sentirme humano
entre todas estas especies y razas
pero que viven en un mismo mundo,
y si éste llora y se resiente
por qué no darle amor para que vea nuestra alianza.
Libertad para soportar nuestro dulce castigo
entre todos estos mundos y esperanzas
pues no sabemos si realmente somos libres,
y si la vida es un castigo
por qué no darle la vuelta para que sea nuestra balsa.
Y si mi vida es suplicio,
doy suspiros por ella,
ya que entre suplicio y suspiro
es mi corazón el que late y mi ser el que siente
ese dulce sabor a vida
que derrocha la sangre de mis venas
sin saber lo que es mundo, libertad o esperanza,
pero que me lo transmite
y también sin conocimiento me da alas.
Sean las cadenas de mi esclavitud
las libertadoras de mi condena
que entre la confusión y la ignorancia
se abre paso una vida, otro ser y su tragedia.