Sentado en el banco
verde entumecido,
de las gotas de la fuente
situada en el centro del parque
tras esa roca gris
que delimita mi mundo con otro
del que todo sé
pero en el que nunca he vivido.
Se despliega un amarillento periódico
en el cual se comenta una historia
de la que las personas no creen
pues no llegan con su corazón al leer.
Y qué historia esta, imposible ser otra:
el revoloteo de una paloma,
entre las risas de unos muchachos
y el llanto de un niño,
con un replique de agua al fondo
y la caída de una hoja de árbol
marcada al compás de un viento
que no molesta pero a ella mata.
Y esto sólo en un segundo,
ha comenzado otra historia
nuevas nubes que aparecen
y un único sol juguetón que se esconde
ya no veo al niño,
ni tampoco a los muchachos,
pero si, por allí va otra hoja cayendo.
Soy testigo de lo que veo
a pesar de mi no querer
millones de historias pasan,
y estas ya me cansan
demasiadas hojas he visto ya caer,
y ninguna ha subido hasta el cielo,
árboles de la alianza entre mi tierra y el firmamento,
por qué no enviáis vuestras hojas hacia arriba
en lugar de dejarlas caer en el suelo.
Pero hasta la naturaleza se acomoda
al igual que nuestros gobiernos
y siguen muriendo nuestros jóvenes
en guerras y conflictos
por la decisión de unos pocos.
Pero que culpa tienen estas hojas
de haber nacido en un árbol caduco
pudiendo haber sido perenne,
por qué un niño africano muere de hambre
y un europeo llora porque no tiene un juguete,
por qué hay políticos y presidentes millonarios
mientras millones son los que mueren de hambre.
Por qué la vida es tan injusta en unas cosas,
con lo precisa y perfecta que es para otras.