Mientras el tiempo pasa
inexorablemente y sin demora,
sólo es mi corazón el que siente
que muchos son ya los años que le abandonan.
Esa aguja que marca las doce y veinticinco minutos,
la cual no se adelanta, pero tampoco se retrasa,
martillea a mi cuerpo con su tic-tac del pasado momento
y arrebata además mi aliento que se marcha mientras yo pienso,
¿Qué es lo que el tiempo roba a mi mente
si no es solamente más que algún que otro recuerdo?.
Cuerpo de anciano y pensamientos de niño,
toda persona es siempre brisa fresca
que haya su fuerza en ese inacabable infinito,
hasta que llega alguien que le recuerda
y más bien le engaña, diciéndole que ya no es un chiquillo.
Pero que bello se ve el mundo
con el corazón y los sentimientos de un niño,
y es que no debiéramos de ver algunas veces
pues los ojos nos engañan,
dejándonos llevar por los prejuicios
que son los dictadores de nuestras apariencias
y los verdugos de nuestras esperanzas.
Ojalá nos sintiéramos todos jóvenes
sin dejar que ese reloj nos diera falsa imagen
pues es nuestra mente la que nos hace
ser simplemente jóvenes, mayores…
o como la mayoría, devotos de nuestras esperanzas.